lunes, octubre 31, 2005

domingo, octubre 30, 2005

Lo que dura un latido universal

Muerte resbalaba por el barro de la calle. Resbalaba triste y acurrucada dentro de sí muerta de frío.

En esta última época ya nadie la conocía como antes. Nadie la veneraba como antes. A los niños les tapaban el rostro cuando ella pasaba como si fuera una imagen pornográfica. Sucia. Sucia. Sucia.

Nadie quería saber nada de ella. Sólo la llamaban los desheredados, los cobardes, los locos temerarios. Era la transportista de almas en pena. La barrendera de los miles de millones de desechos humanos que al día el planeta tierra generaba.

No quedaba respeto para ella. Los médicos se reían con los dientes apretados de ella. Y ella veía cómo suministraban la sangre de su hermana a los infelices (autodenominados) primermundistas (no por su calidad humana, sino por el nivel de sutilidad cleptómana adquirido mediante el cual podían estar arrancándole el corazón a un semejante y referirse a dicha acción como la salvación de su espíritu.

Y añadían con la paternalista voz
de todo ser bien constituido e informado:
Permítame, Usted no lo entendería,
no tiene nuestra experimentada visión de futuro.)

Muerte lloraba como lo hacía el cielo. Como lo hacen la mayoría de bebés al nacer. Lloraba y al levantar la cabeza se encontró con las manos y los brazos y el cuerpo de su hermana. Y se abrazaron.

Vida también lloraba. Vida quería morirse. Vida abrazó a Muerte tamto como pudo. Tanto como los grilletes en sus delgadas muñecas le permitieron. Los hombres la habían esclavizado. La habían vendido. La habían prostituido. La cotizaban en bolsa. La perseguían por la calle y por las líneas de autobus. Por el metro, cuando iba a almorzar, cuando salía al campo, cuando abría una ventana, cuando se acostaba, cuando se levantaba. La acosaban con bisturís y teléfonos móviles. Todo el mundo quería tener una estampita de ella en su monedero. Y el monedero bien repleto de papelinas de colores.

De su piel sacaban látigos. De su pelo, medicamentos. Con sus ojos pócimas rejuvenecedoras.

Vida y Muerte. Muerte y Vida. Ojerosas. Grises. Terminadas. Acabadas. Derrotadas. Finalizadas. Consumidas. Devoradas. Iris contra Iris. Pupila contra Pupila. Espejo contra Espejo. (contrayéndose el espacio/tiempo)



Volvieron la una a la otra. La otra a la una.

viernes, octubre 28, 2005

Cuento para el último día de Octubre

Miiles de pequeñas lucecitas bajaban por la montaña.
En este no lugar las recuerdo como si fuera ahora mismo.
El sol cayéndose del cielo. El viento soplando. El frío de finales de Octubre.
Las luces reflejadas en el cristal de la ventana.

Te busqué dentro de mi memoria. Por un momento pensé que no estabas entonces allí.

Los fuegos reflejados en mis pupilas, muy dilatadas.
Ójala pudiera transformarme en animal y huir.
Eso es todo lo que vuestro imaginario cree que puedo hacer.
Los fuegos chisporroteando dentro de sus sucias camisas.

Te busqué en alguién allá afuera. Por un momento pensé que no estabas tampoco allí.

Ya vienen.
Están al caer la noche.
Sin dientes.
Hambrientos.
Al borde del camino.
Ya vienen.
Te cogerán a la fuerza.
Con miedo.
Eufóricos.
Grises las nubes se levantan.

El fuego de las antorchas quemándome en los ojos. Quemándome viva.

No sé dónde termino yo. Dónde empezais vosotros. Pero el límite ha de existir.
Te busqué en todos los rincones que mi pobre memoria pudo recordar.
Ha de existir.
Ha de existir.

lunes, octubre 24, 2005

Montañas de azúcar

Vamos, un poquito más!
Ya queda menos!- Pienso mientras intento llegar con mis dedos al siguiente terrón saliente. Se deshace...suave dulce arenilla.
Clavo la mano y me agarro a lo que puedo. Sigo subiendo. Resbalo, a veces. Y cada vez que caigo un poco no sé cuánto puede durar, lo único que deseo entonces es cerrar los ojos. No pensarlo. No pensar en la caida.
Puedes palpar la ingravidez?
Y cuando por fin estás allí arriba...lo demás parece sólo un sueño en el que llueve leche caliente que deshace todo. Y así sumergida, me duermo.

TECNE (el tecnohumano)

Pinchazo en la cabeza.
Cierras los ojos.
Dolor. Todo Negro.
Intentas reaccionar, pero todavía vas muy lento. No te ayuda a concentrar te.
Te reinicias.
Abres un ojo y luego otro.
Comienzas a sentirte de nuevo. Pero torpe.
Sabes que estos fallos no son positivos para tu existencia.
Si alguien se da cuenta, comenzarán a desconfiar.
SI desconfían, estarás próximo al desplazamiento.
Sabes que es una realidad; sabes que llegará el momento.
Pero es que, a pesar de todo, tú también tienes una parte humana.

Definitivamente ser una máquina no es tan ventajoso como parecía.

miércoles, octubre 19, 2005

Avanzando a punta de pistola

Histérica! Histérica! Histérica!

El campo blanco. Elegante coche blanco, alargado. No podría precisar más porque no entiendo de coches. Pasa suave, deslizándose como en los anuncios de coches de la tele. Dirección...hacia la izquierda del plano. Y Desaparece.

(Corriendo sobre unos altísimos tacones de madera. Golpes secos, cortos y muy seguidos que se acercan)
Una escalera oscura. Descendente (al igual que ascendente, pero no me interesa que lo tengais en cuenta). Una pierna que viste una liga blanca, que empieza en los tules de un cortísimo traje de novia y termina en un zapato blanco, de novia, de aguja. Seguida de otra pierna (menos mal!). Bajando hacia un lugar que no se sabe de qué color puede ser.


Toc, Toc. La puerta.
Abre la mirilla. Mira. Palpita todo tu ser.
Es.
Y sabes que vendría...cómo pudiste querer olvidar.
Ella siempre vuelve. Siempre te encuentra...
Escóndete!
No!
Sí! Huye! No te quedes más tiempo aquí!

Hasta que encienden la luz. No sabemos dónde está el interruptor. Sabemos que no es como esas casas inteligentes; pero excepto la mano que enciende y apaga, nadie más lo sabe.

Pasillos blancos. Blancos. De un blanco nuclear. Tan nuclear que da miedo. Puertas blancas a los lados. Todas iguales, todas del mismo color. Todas matemáticamente equidistantes. Apenas se diferencian de la pared. Gracias por los pomos dorados, redondos, sin adornos.
Y ahora qué.


Toc Toc. Es la puerta y lo sabes.
Es ella de nuevo. Es estúpido huir. Pero es lo único que sabes hacer realmente bien. Es lo único que has hecho durante toda tu vida.
Y ahora qué.

Dime qué puedes hacer cuando al mirarte al espejo descubres que tus manos han ido deformando tu apariencia hasta el punto de que la imagen que recuérdas de ti puede estar también alterada.