Lo que dura un latido universal
Muerte resbalaba por el barro de la calle. Resbalaba triste y acurrucada dentro de sí muerta de frío.
En esta última época ya nadie la conocía como antes. Nadie la veneraba como antes. A los niños les tapaban el rostro cuando ella pasaba como si fuera una imagen pornográfica. Sucia. Sucia. Sucia.
Nadie quería saber nada de ella. Sólo la llamaban los desheredados, los cobardes, los locos temerarios. Era la transportista de almas en pena. La barrendera de los miles de millones de desechos humanos que al día el planeta tierra generaba.
No quedaba respeto para ella. Los médicos se reían con los dientes apretados de ella. Y ella veía cómo suministraban la sangre de su hermana a los infelices (autodenominados) primermundistas (no por su calidad humana, sino por el nivel de sutilidad cleptómana adquirido mediante el cual podían estar arrancándole el corazón a un semejante y referirse a dicha acción como la salvación de su espíritu.
Y añadían con la paternalista voz
de todo ser bien constituido e informado:
Permítame, Usted no lo entendería,
no tiene nuestra experimentada visión de futuro.)
Muerte lloraba como lo hacía el cielo. Como lo hacen la mayoría de bebés al nacer. Lloraba y al levantar la cabeza se encontró con las manos y los brazos y el cuerpo de su hermana. Y se abrazaron.
Vida también lloraba. Vida quería morirse. Vida abrazó a Muerte tamto como pudo. Tanto como los grilletes en sus delgadas muñecas le permitieron. Los hombres la habían esclavizado. La habían vendido. La habían prostituido. La cotizaban en bolsa. La perseguían por la calle y por las líneas de autobus. Por el metro, cuando iba a almorzar, cuando salía al campo, cuando abría una ventana, cuando se acostaba, cuando se levantaba. La acosaban con bisturís y teléfonos móviles. Todo el mundo quería tener una estampita de ella en su monedero. Y el monedero bien repleto de papelinas de colores.
De su piel sacaban látigos. De su pelo, medicamentos. Con sus ojos pócimas rejuvenecedoras.
Vida y Muerte. Muerte y Vida. Ojerosas. Grises. Terminadas. Acabadas. Derrotadas. Finalizadas. Consumidas. Devoradas. Iris contra Iris. Pupila contra Pupila. Espejo contra Espejo. (contrayéndose el espacio/tiempo)
Volvieron la una a la otra. La otra a la una.
En esta última época ya nadie la conocía como antes. Nadie la veneraba como antes. A los niños les tapaban el rostro cuando ella pasaba como si fuera una imagen pornográfica. Sucia. Sucia. Sucia.
Nadie quería saber nada de ella. Sólo la llamaban los desheredados, los cobardes, los locos temerarios. Era la transportista de almas en pena. La barrendera de los miles de millones de desechos humanos que al día el planeta tierra generaba.
No quedaba respeto para ella. Los médicos se reían con los dientes apretados de ella. Y ella veía cómo suministraban la sangre de su hermana a los infelices (autodenominados) primermundistas (no por su calidad humana, sino por el nivel de sutilidad cleptómana adquirido mediante el cual podían estar arrancándole el corazón a un semejante y referirse a dicha acción como la salvación de su espíritu.
Y añadían con la paternalista voz
de todo ser bien constituido e informado:
Permítame, Usted no lo entendería,
no tiene nuestra experimentada visión de futuro.)
Muerte lloraba como lo hacía el cielo. Como lo hacen la mayoría de bebés al nacer. Lloraba y al levantar la cabeza se encontró con las manos y los brazos y el cuerpo de su hermana. Y se abrazaron.
Vida también lloraba. Vida quería morirse. Vida abrazó a Muerte tamto como pudo. Tanto como los grilletes en sus delgadas muñecas le permitieron. Los hombres la habían esclavizado. La habían vendido. La habían prostituido. La cotizaban en bolsa. La perseguían por la calle y por las líneas de autobus. Por el metro, cuando iba a almorzar, cuando salía al campo, cuando abría una ventana, cuando se acostaba, cuando se levantaba. La acosaban con bisturís y teléfonos móviles. Todo el mundo quería tener una estampita de ella en su monedero. Y el monedero bien repleto de papelinas de colores.
De su piel sacaban látigos. De su pelo, medicamentos. Con sus ojos pócimas rejuvenecedoras.
Vida y Muerte. Muerte y Vida. Ojerosas. Grises. Terminadas. Acabadas. Derrotadas. Finalizadas. Consumidas. Devoradas. Iris contra Iris. Pupila contra Pupila. Espejo contra Espejo. (contrayéndose el espacio/tiempo)
Volvieron la una a la otra. La otra a la una.
2 Comments:
Si, magnifica critica (o regurgitación verbal) para el dia de los difuntos.
Sutil y penetrante, felicidades, muy buen post.
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