miércoles, octubre 19, 2005

Avanzando a punta de pistola

Histérica! Histérica! Histérica!

El campo blanco. Elegante coche blanco, alargado. No podría precisar más porque no entiendo de coches. Pasa suave, deslizándose como en los anuncios de coches de la tele. Dirección...hacia la izquierda del plano. Y Desaparece.

(Corriendo sobre unos altísimos tacones de madera. Golpes secos, cortos y muy seguidos que se acercan)
Una escalera oscura. Descendente (al igual que ascendente, pero no me interesa que lo tengais en cuenta). Una pierna que viste una liga blanca, que empieza en los tules de un cortísimo traje de novia y termina en un zapato blanco, de novia, de aguja. Seguida de otra pierna (menos mal!). Bajando hacia un lugar que no se sabe de qué color puede ser.


Toc, Toc. La puerta.
Abre la mirilla. Mira. Palpita todo tu ser.
Es.
Y sabes que vendría...cómo pudiste querer olvidar.
Ella siempre vuelve. Siempre te encuentra...
Escóndete!
No!
Sí! Huye! No te quedes más tiempo aquí!

Hasta que encienden la luz. No sabemos dónde está el interruptor. Sabemos que no es como esas casas inteligentes; pero excepto la mano que enciende y apaga, nadie más lo sabe.

Pasillos blancos. Blancos. De un blanco nuclear. Tan nuclear que da miedo. Puertas blancas a los lados. Todas iguales, todas del mismo color. Todas matemáticamente equidistantes. Apenas se diferencian de la pared. Gracias por los pomos dorados, redondos, sin adornos.
Y ahora qué.


Toc Toc. Es la puerta y lo sabes.
Es ella de nuevo. Es estúpido huir. Pero es lo único que sabes hacer realmente bien. Es lo único que has hecho durante toda tu vida.
Y ahora qué.

Dime qué puedes hacer cuando al mirarte al espejo descubres que tus manos han ido deformando tu apariencia hasta el punto de que la imagen que recuérdas de ti puede estar también alterada.