viernes, octubre 18, 2013

Entró la brisa en el cuarto y salté por la ventana.

Fui consciente entonces de que caía,
caía en picado.

Me tape la cara:
no quería ver a qué iba a quedar reducida.

Sentí el impacto:
el suelo mullido me recibió.
Cálido, tierno.

El miedo creció por mí como si tuviera garras (y me enjaulase).
Y entonces se me rompió la cara en mil pedazos.


Reconstrucción con aguja e hilo.
Pinchazo leve. Siesta de media hora.
Despertarse de resaca con la cara y el cuerpo cosidos a puntos.

El tatuador dormía.
La ciudad dormía.
Y yo, por no ser menos,
también me eché a dormir.