lunes, abril 10, 2006

El milagro del habla

Un viajero me contaba que conoció una tierra donde los seres que la habitaban no tenían voz propia. Las voces volaban inquietas por el aire como pájaros en libertad.

Cuando alguien quería hablar alzaba las manos, agarraba voces, algunas enteras, otras a trozos y las engullía rápidamente. Después de poner unas cuantas caras raras (a veces, incluso de diversos colores) vociferaba y gesticulaba teatralmente para que todo el mundo le prestara atención. El milagro del habla.

El acto requería una gran habilidad: el primer nivel se limitaba a cazar a las voces, tarea nada sencilla y no porque estas fueran miedosas, sino por traviesas, traicioneras, juguetonas, interesadas, a veces vengativas; el siguiente nivel consistía en detener justo a la voz que portaba lo que el habitante deseaba decir. Y es que cada voz contenía diferentes palabras, oraciones,...se dio el caso de un ser que agarró un día una voz con todos los parlamentos de Hamlet.

...terrible experiencia tanto para él como para los que lo aguataron durante horas y horas.

jueves, abril 06, 2006

Exactamente igual

Exactamente igual que cuando abres los ojos por primera vez, recién nacido, recién estrenados
los ojos nunca más volverán a ver con la misma claridad, la misma objetividad del que no sabe nada. O sólo un código genético.

Después todo se torna mundo de sensaciones. Y tienes miedo. De lo que podríamos deducir muy facilmente por qué sentir nos aterra. La imagen impactada en nuestra retina se imprime con excelente calidad en nuestro cerebro. Es nuestro deficitario laboratorio de decodificación de estímulos el que se aturulla. Un torrente de olores, colores, temperaturas, texturas, formas vienen a poblar nuestro imaginario, siempre asociados a lo que nos produce: nuestros sentimientos más primarios poblados de seres, lugares o objetos tan maravillosos como monstruosos.

A toda prisa nuestro cerebro ubica, relaciona, asocia redes de sentimientos, funciones, elementos, significados, casi no tiene tiempo para constrastar lo que aparentemente es tanto en tan poco.

El miedo casi nace con nosotros. Es casi el primer regalo que nos hacen.

Para suerte de algunos, antes de que nos visite por primera vez el Señor Miedo, pudimos conocer quizás el único remedio que puede espantarle. El secreto se lo transmiten las madres (a veces también los padres) a los bebés nada más nacer. Y para que los niños no se olviden se lo han de recordar continuamente. Sólo así aprenden nada más nacer a ver con otros ojos que complementan lo que vemos a nuestro alrededor y que hacen que las sombras que el Señor Miedo inventa para asustarnos sean sólo eso: sombras.