Enjoy it
Nosotros que no sabemos...
Contar. Como contamos con los dedos.
La mañana se fue. Y entró una tarde mojada. Dejó el paraguas en la puerta y se sentó a la mesa.Nos miró a todos en silencio. Masticábamos su mala leche. Era algo que nos coartaba de tal manera que nadie hubiera hecho ningún chiste flojo por romper la cuarta pared, por mucho que esta sólo fuera de poliuretano.
Todos esperábamos impacientes que abriera la boca y desenrollara su kilométrica lengua bífida para acariciarnos los oídos. No lo hizo. Era este su castigo? Tintarse el pelo y mirarnos en silencio?
Una rata enorme quiso cruzar corriendo la sala. De un grandioso pisotón la detuvo bajo su pie. No la mató. La rata temblaba bajo su pie. NI siquiera gritaba. Sólo temblaba mientras sus ojillos rojos se esforzaban por salírsele del cuerpo. Levantó el pie. La rata no se movía. Sólo temblaba. De repente dio una patada en el suelo. La sala se congeló literalmente durante aquellos minutos. La rata corrió a esconderse todo lo rápido que pudo. No pudo ser mucho.
Del bolsillo izquierdo de la casaca color grana sacó un tenedor descomunal y lanzóselo. La rata quedó clavada al suelo. Se acercó tranquilamente. Desclavó su trofeo y lo llevó a la mesa. Sentose pues. Sacó un gran pañuelo amarillo lleno de manchas y se lo puso a modo de servilleta en el cuello. Del bolsillo derecho de la casaca color grana sacó un cuchillo igualmente descomunal y con exquisitos modales procedió a descuartizar y comerse al bicho.
Silencio en la mesa. Sólo cuando hubo terminado se levantó y nos miró del mismo modo en que el sol del mediodía de verano mira a los guiris recociéndose en la playa y se fué.
Ni una palabra. No importaban en absoluto. La diplomacia no le interesaba. Estaba vacía.
Contar. Como contamos con los dedos.
Cuando aún los tenemos todos.
Contar. Como contamos con los dedos.
La mañana se fue. Y entró una tarde mojada. Dejó el paraguas en la puerta y se sentó a la mesa.Nos miró a todos en silencio. Masticábamos su mala leche. Era algo que nos coartaba de tal manera que nadie hubiera hecho ningún chiste flojo por romper la cuarta pared, por mucho que esta sólo fuera de poliuretano.
Todos esperábamos impacientes que abriera la boca y desenrollara su kilométrica lengua bífida para acariciarnos los oídos. No lo hizo. Era este su castigo? Tintarse el pelo y mirarnos en silencio?
Una rata enorme quiso cruzar corriendo la sala. De un grandioso pisotón la detuvo bajo su pie. No la mató. La rata temblaba bajo su pie. NI siquiera gritaba. Sólo temblaba mientras sus ojillos rojos se esforzaban por salírsele del cuerpo. Levantó el pie. La rata no se movía. Sólo temblaba. De repente dio una patada en el suelo. La sala se congeló literalmente durante aquellos minutos. La rata corrió a esconderse todo lo rápido que pudo. No pudo ser mucho.
Del bolsillo izquierdo de la casaca color grana sacó un tenedor descomunal y lanzóselo. La rata quedó clavada al suelo. Se acercó tranquilamente. Desclavó su trofeo y lo llevó a la mesa. Sentose pues. Sacó un gran pañuelo amarillo lleno de manchas y se lo puso a modo de servilleta en el cuello. Del bolsillo derecho de la casaca color grana sacó un cuchillo igualmente descomunal y con exquisitos modales procedió a descuartizar y comerse al bicho.
Silencio en la mesa. Sólo cuando hubo terminado se levantó y nos miró del mismo modo en que el sol del mediodía de verano mira a los guiris recociéndose en la playa y se fué.
Ni una palabra. No importaban en absoluto. La diplomacia no le interesaba. Estaba vacía.
Contar. Como contamos con los dedos.
Cuando aún los tenemos todos.
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